La princesita es sagaz,
pues es un visto y no visto;
en lo que has de pestañear,
ella te logra embromar.
No existen combinaciones,
candados, ni cerraduras
que se escapen al encanto
de esta ladrona criatura.
Se desliza silenciosa,
y con destreza intercambia,
los cofres mas apreciados,
sin dejar rastro ni huella.
En las fiestas del castillo,
hay que ser muy precavido,
pues con un simple saludo,
ella te cambia el anillo.
Las damitas de la corte,
exhiben bien sus joyitas,
pues al paso de Plis Plas
éstas en oro se vuelven.
Esta cleptómana nata,
luego posa sus tesoros
en las casa de los pobres,
en hospicios o en asilos.
Y no le preocupa nada,
porque nunca es atrapada,
los cabos no quedan sueltos,
y no da ninguna pista.
No tiene remordimientos,
porque aunque pequeña discierne,
que la riqueza del reino,
está muy mal repartida.
Como muy buena sapiente,
ella se suele aplicar,
ese dicho que es muy dicho:
es sabio rectificar.
Si creen que es una ratera,
equivocados están,
no es copia de Robin Hood,
ser ladronzuela no es plan.
Pues ella a todos aquellos,
que les cambia sus alhajas,
en centenarios de oro,
les paga con sus ahorros.
Y aunque lo diga el refrán,
ladrón que roba a ladrón,
ella sabe que no es cierto,
los cien años de perdón.
Y así se divierten todos,
jugando con emoción,
intercambiando sus joyas,
por mucho más que un doblón.
Yolanda de la Colina Flores
22 de noviembre del 2011
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