Comprendí en sólo instante
que este sería mi hábitat,
que la tierra de mi amante
yo me tendría que calzar.
En nueva aguas postreras
me tenía que zambullir,
y entre sus linfas linderas
me debía reconstruir.
Y yo me dejé abducir
con un reposar sereno,
dejándome seducir
en ese mar de mi anhelo.
Mi inspirar era tranquilo
y me abrazaba el sosiego,
con un tácito asimilo
de unas cláusulas en pliego.
En piélago dormitaba
entre fluidos descansaba,
tibio lecho a mi me aupaba
mientras mi alma reposaba.
Como en un nido materno
encontré el sitio perfecto,
un mar repleto de afecto
y aquí me quedé durmiendo.
Yolanda de la Colina Flores
31 de octubre del 2016
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