sábado, 15 de febrero de 2014

SÍNDROME DE ESTOCOLMO




Había sido concebida en la Ciudad Eterna y quizá por ello le pusieron ese nombre, consideraba romántica la anécdota, aunque para su intelecto una vez analizado el efecto que en ella provocaba ya no lo era tanto, a decir verdad y para ser completamente sinceros, le resultaba anodina, carente de sentido y de una absoluta falta de ingenio en fin, que en su joven vida, aún no le encontraba el sentido práctico a la cuestión.

Algunas veces se preguntaba, como era posible que si en su luna de miel, sus padres habían conocido tantos lugares en Italia porqué no la habían bautizado por ejemplo con el nombre de Florencia, que para ella era una ciudad más bella e infinitamente más romántica.

Vivía en un mundo principalmente rodeado de libros u ordenadores y publicaciones escritas o digitales sobre su campo académico, que le permitieron permanecer siempre al día.

Su acuciada pasión por el conocimiento que le llevó a consagrase en su vida escolástica con estudios de primer nivel y que después transportó por simbiosis a su ámbito profesional, no le permitieron grandes escarceos ni mucho menos flirteos con el amor.

Sin embargo, poseía un corazón vivaz e impetuoso que buscaba mostrarle en dosis digeribles las delicias del amor, aunque se creía certero y elocuente, no lograba convencer a su propietaria de su objetividad, y cuando ella analizaba los sentimiento que éste le provocaba, le resultaban carentes de lógica, por lo que eran irremediablemente desechados.

No obstante su corazón la amaba, la amaba tanto que estaba decidido a perecer en el intento de demostrarle a su dueña que sus palpitaciones aunque totalmente carentes de lógica y objetividad eran una de las experiencias más fascinantes por las que valía la pena vivir.

Así que durante su joven vida, le enseñó leves probaditas de sus más finos sentimientos, a veces el galope de sus latidos le permitía hacer sentir algún incipiente enamoramiento por algún compañero de estudios, otras veces le daba bocaditos de enajenación por algún cantante o estrella en ciernes que ante su innegable apostura le dejaba producir uno que otro suspiro.

Quizás el hecho de que entre esta serie de degustaciones que su corazón le proporcionaba y la entrada que su intelecto le proporcionaba, permitió que en un momento de su tierna adolescencia tuviera un ligero enamoramiento, aunque para su corazón solo era una pálida infatuación, pero esto abría una puerta que a él le permitía mostrarle toda su gama de latidos y efervescentes sensaciones propias del amor.

Por otro lado, sus padres no tenían la misma opinión que él, para ellos era aún muy pequeña para navegar en aquellas lides y el mandarla a continuar sus estudios en la capital cortaron de raíz todo indicio  o sensación amorosa, como hija obediente que siempre había sido aceptó la decisión y cerró de un portazo a todas las muestras de lúdico afecto.

Lentamente su sangre fue cambiando de tono, hasta transformarse en una perfecta tinta de color azul añil, si se hubiese desangrado alguien habría podido escribir con ella miríadas de novelas y poemas, aunque por su tonalidad seguramente hubieran estado completamente carentes de pasión.

El cambio paulatino de su coloración sanguínea, poco a poco fue minando la salud de su corazón, ya no era impetuoso, su vivacidad se estaba apagando y aparecía haber perdido por completo su calidez. Su hábitat que antes amaba ahora era una cárcel o u recinto solitario de algún campo de concentración, durante un tiempo había sobrevivido  con todos los sentimientos que poseía los cuales eran rebosantes de pasión, pero algo que no se recicla y permanece sin recibir ningún tipo de reciprocidad, irremediablemente se va extinguiendo poco a poco.

Tenía que fugarse de su prisión, aunque sabía que su dueña perecería y aunque aún la amaba, sabía que si ahí permanecía, perecería en corto tiempo. En su lides por escapar provocaba por supuesto en su otrora amada dueña, ahora desconocida carcelera, espasmos y contracciones irregulares y en varias ocasiones provocó que fuera internada en ciertos hospitales, pero en ninguno encontraban la cura para su extraña enfermedad, como un film en eterna repetición siempre era devuelta al hogar ligeramente repuesta.

Ella sabía que algo pasaba con su corazón y no entendía porqué los médicos no acertaban a darle un diagnóstico certero que ayudara a prescribirle algo que pudiese paliar todos sus males. Ahora tenía siempre frío e incluso en verano debía ceñirse con pequeños sweaters que cubrían por lo menos su pecho.

En uno de esos atardeceres veraniegos en los que sus familiares y amigos departían en sus diversas terrazas saboreando los reconstituyentes baños del astro rey, sintió un vuelco al corazón y un frío sobrecogedor invadió su torso, corrió a su armario para tomar una prenda abrigadora y sin importarle lo que pensaran los demás, extrajo de una caja adornada cual bello regalo una chalina que su madre había elaborado para ella la Navidad anterior, en su costado izquierdo, en la forma más exquisita, llevaba bordado su nombre era un intrincado trabajo que sólo los seres que aman saben plasmar en los géneros textiles.

Sintió otro vuelco al corazón y llevó su mano a su pecho, como queriendo contener con ella su corazón desbocado, el apretón fue tan fuerte que una vez que terminó el forcejeo con su impetuoso prisionero, observó que la prenda estaba completamente arrugada, en el preciso lugar donde estaba bordado su nombre, se paró ante su espejo de cuerpo entero con el fin de alisarlo, a medida que lo hacía, las letras bordadas iban adquiriendo lentamente un nuevo sentido para ella, al leerlas ahí reflejadas, su vida pasaba como en ráfagas ante sus ojos, comprendía en base a que había sido concebida, el verdadero porqué de su nombre. Ante sus ojos aparecían las diminutas muestras de sus pequeños escarceos amorosos.

A medida que iba tratado de discernir que le pasaba se iba desvaneciendo y antes de yacer postrada sobre el suelo de su habitación, lo último que grabó su retina fue el palíndromo bordado sobre su pecho, las letras revoloteaban una y otra vez ante ella y en su mente resplandecía interminable y repetidamente la palabra AMOR, rodeada de pespuntes, ribetes, adornos y puntadas elaboradas por su madre.

Cuando despertó aún se encontraba en su habitación, al parecer nadie se había percatado de lo que acababa de acontecerle, así que lentamente se incorporó y cuando por fin estaba completamente en pié, en su rostro emergió una sonrisa, quizá ésta le había salvado, ya que aunque nunca había conocido las mieles del amor, jamás había perdido su sonrisa, las cosas simples de la vida, que Dios día a día nos regala, provocaban en ella siempre tan bello gesto.

Ahora sabía con certeza lo que le pasaba, ¿cómo había llegado a dilucidarlo?, lo desconocía, pero no importaba, en ese instante lo único relevante era el hecho de que ella no estaba dispuesta a permitir que su corazón escapara. Ya hacía tiempo que algún enamorado rechazado le había indicado que carecía de corazón, pero ahora ella tenía la certeza de que aún lo poseía y ella no iba a consentir que éste la abandonara.

Evocó sus sonrisas y que las propiciaron y poco a poco los recuerdos de su interminable colección de ellas fueron esbozándose las cuales vistas ante una nueva perspectiva fueron creando eslabones que después se convirtieron en cadenas que iban envolviendo poco a poco a su corazón, finalmente con sus recuerdos de su incipiente amor de adolescencia, con combinación de llantos de alegría y sonrisas pudo construir un sólido candado con el que amalgamaba por fin todas las cadenas. Según se adentraba en la rememoración de las pinceladas de amor que había en su vida una llave se iba cincelando en la cerradura del candado, una llave de la cual sólo ella conocía su combinación, el cómo giraba y hacia dónde para poder liberar a su prisionero, eran datos que nada más ella poseía.

Pretendía tenerlo verdaderamente encarcelado, hasta recobrar el entorno de su antiguo hábitat y paulatinamente lo fue consiguiendo, su sangre lentamente también fue recobrando su antiguo color, estaba dispuesta a recobrar su vivaz e impetuoso corazón al tiempo que por el mundo buscaba el amor de su vida.

En su mente enfebrecida, creía que si vestía con el color de la pasión ayudaría al pronto restablecimiento de su prisionero, por lo que ahora vestía siempre en un sinnúmero de tonos bermellones.

Pasó el verano y el otoño transcurrió y mientras aún estaba instaurado el invierno, ella seguía sin parar buscando el amor de su vida y mientras lo hacía iba prodigando amor por doquier, en todas las formas posibles , en busca de su amor complemento, derrochaba casi todo tipo de amor; como aquel, llamado por los griegos estudiosos del amor, storgé que se puede describir también como el amor entre amigos íntimos que han adquirido gradualmente cariño y entendimiento uno hacia el otro y que con el paso del tiempo,  implica compromiso. O el llamado philia que es el que uno siente por la humanidad y el género humano en general, ese amor atento que une a las personas como parte de una comunidad, el amor que crea un sentido de lealtad hacia los amigos, la familia y la comunidad. O el ágape que es un amor que nutre, que esa clase de amor incondicional hacia los demás que puede ser comparado con la regla de oro, en la cual tratamos a las personas de la forma que nos gustaría ser tratados. El amor que es compasivo, atento, cuidadoso y amable, totalmente desinteresado y altruista, el que no busca placer para sí mismo, sino que encuentra placer y deleite en el dar.

Todos estos los combinaba hasta encontrar con una perfecta mezcla de ellos el triunfo del amor eros, ese sentimiento apasionado de éxtasis experimentado en el comienzo de una nueva relación, donde la pasión y la atracción física son parte de las fuerzas motoras, pero ella deseaba en esta ocasión un amor eros con duración a largo plazo sin que fuera condicionado o dependiente de circunstancias y situaciones favorables y agradables, un amor pleno, amalgamado y fundido por todos los demás, el amor avasallante hacia nuestra pareja eterna.

Aunque sentía que su corazón estaba bastante repuesto, no había quitado la llave del candado y por lo tanto éste aún estaba encadenado, porque ella sabía que las cadenas del amor cuando poseen estos tipos de amor son amables y suaves y no provocan congoja ni dolor y porque estaba convencida que sus tiernos devaneos amorosos aún no lograban restituir el amor que por ella su corazón sentía en otros tiempos.

Pero ella pensaba que si esto no era suficiente… podría convencerlo de otra forma…

¿O acaso no era cierto que algunos cautivos se enamoran sin remedio de sus captores?, ¿Porque no, podría ella entonces provocar un síndrome de Estocolmo en su corazón prisionero?   

¡Que más daba!, ella estaba completamente decidida a recuperar de cualquier forma el amor que su corazón antes le profesaba!

Así que con el fin de volverlo a enamorar, le tendía día a día, redes y redes de eslabones de pasión.

Yolanda de la Colina Flores

11 de febrero del 2014  

Safe Creative #1402120126292

No hay comentarios: