viernes, 28 de octubre de 2011

LA ESCRITORA DE CUENTOS



Alba es una chica que estudió la licenciatura en Filosofía y Letras, y aunque le agrada mucho escribir cualquier género literario, no sabe porque, pero ella se decanta por escribir cuentos para niños y hasta el momento ha sabido hacerlo muy bien, debido a que también tiene una capacidad nata de poder ilustrar sus cuentos.

Su único interés ha sido siempre el poder sorprender y agradar  a los pequeñines que le leen, desde pequeña tenía muy arraigada esa veta y se deleitaba en contar cuentos a todos sus hermanos pequeños y toda la caterva de chiquillos que les circundaban.

Aunque poseía un  gran éxito en su trabajo, tenía un compañero sentimental que más que eso era una sombra a su lado, un fantasma que vivía engañando a todo el mundo, se rodeaba de artificiosos oropeles sólo con el fin de sentirse admirado por sus convenencieras amistades quienes convencidos que el tipo era un heredero millonario le rendían falsa pleitesía sin saber aún que toda su sarta de mentiras un día acabaría derrumbándose como un frágil castillo de naipes.

Cuando todo esto ocurrió, todo su pequeño mundo lógicamente le dio la espalda excepto Alba, le brindó incluso todos sus ahorros, permitió que éste empeñara su pequeña colección de alhajas que con tanto esfuerzo había podido reunir, le alentó a levantarse, creyendo, con los ojos cubiertos por una venda, en sus mentiras y su inocencia ante su estrepitosa caída. Pero él en su amargura y soberbia no sabía verlo y poco a poco empezó a tratarla mal, a criticar lo que hacía e incluso su forma de ser.

El noble corazón de Alba que todavía creía amar a aquel sujeto aguantó durante un tiempo, el prudente para las almas nobles, hasta que por fin ideó la manera de la misma forma que su imaginación de escritora se lo  permitía y con elegancia e ingenio logró terminar la relación haciendo creer al sujeto que había sido él quien había tomado tan certera decisión.

Al parecer al idear tal situación, su imaginación e inspiración desparecieron como por arte de magia, al día siguiente de tal acontecimiento se sentaba ante el teclado de su laptop, sin tener resultado alguno, pensó entonces que tal vez requería la inspiración del papel y tomando su libreta se sentó y trató de concentrarse, pero tampoco obtenía ningún resultado, las hojas permanecían en blanco. Pensó que el reciente curso de los eventos tal vez le hubiesen afectado más de lo que ella esperaba y dejó de insistir por unos días.

Pero ni el paso de los días generaron ningún cambio, por más que Alba lo intentara la inspiración parecía haberse ido de viaje. Se metió en cuanta biblioteca pudo y se sumergió en océanos de libros con el fin de que por ahí le surgiese una idea sucedánea, pero de nuevo nada, nada de nada.

Viajo tan lejos como pudo y contempló los más bellos paisajes, visitó museos y presentaciones de teatro así como cualquier expresión artística que le saliera al paso, pero la inspiración había desaparecido.

¿A dónde se había fugado la inspiración, a dónde estaban las musas, y su imaginación? Tal vez el viento en sus caprichosos arranques se las había llevado y andaban vagando por ahí sin que nadie pudiera atraparlas. Definitivamente Alba divagaba.

Cayó en una especie de trance febril y aunque afuera llovía copiosamente ella se vestía con botas y albornoz, mirando al cielo buscando a su antiguo aliado el sonriente gato de Chesire, pero como éste entre el paisaje se le  escondía, tomaba por pertrecho alguna una red,  para ver si así podía atrapar a las ansiadas fugitivas, pero sus esfuerzo fueron vanos y por más que las buscaba, ellas parecían a posta alejarse de ella.

Las buscó en bellos atardeceres y paisajes inolvidables, en las bellas parejas enamoradas haciéndose arrumacos o externando alguna muestra de ternura, se puso a mirar toda un vasta filmografía viendo desde las excelsas películas que hubieran existido hasta las últimos estrenos, incluso se aventuró ya desesperad a buscarlas en la radio y por último la televisión, pero no, estaba sola, sus ansiadas compañeras de antaño se había esfumado.

Cansada de vagar e insistir tanto, por fin se dio por vencida y estuvo largo tiempo divagando sobre que actividad tomar y mientras lo pensaba se convenció a si misma que requería un largo descanso, en algo que le proporcionara paz y tranquilidad. Recordó sus años pueriles y el lugar donde en su tierna infancia había sido tan feliz, ¿permanecería aun de igual manera o tal vez el paso de los años lo había cambiando, rompiendo para siempre su encanto?

Dudó si visitarlo o no, finalmente después de unos días se decidió a regresar y pensó en realizarlo de la misma manera en que por primera vez había llegado ahí, con comodidades propias del avance del tiempo, pero con el mismo recorrido que ya había realizado en su niñez. 

Así que tomo el tren que viajaba al filo de la sierra de Chihuahua, asomada a la ventana veía claramente todos los paisajes que aún quedaban guardadas en la retina de su mente, el desierto majestuoso y su gran variedad de suculentas, los riscos escarpados, con colores tamizados de rojos, bermellones, ocres y amarillos refulgentes.

Pasó asomada a esa ventana a todas horas, por la mañana, al mediodía, en la tarde y en las frías noches donde el mirar el cielo y sus límpidas estrellas le hacían olvidar la baja temperatura que entraba e intentaba colarse hasta sus huesos, pero la calidez de su corazón lo derretía todo y ella permanecía tranquila sin que nada ni nadie la perturbara de su contemplación.

Cuando por fin llegó a su destino, contempló con asombro que todo permanecía tal y como ella lo recordaba, el tiempo parecía haberse detenido. Ahí estaba la pequeña plaza donde se hacían los honores a la bandera y los festejos propios del pueblo. También la hacienda donde antaño viviera con la majestuosa fuente central y cuatro jardines que la circundaban con los típicos árboles de rosal californiano, las mismas baldosas y el mismo color.

Al frente aún se encontraba la enorme huerta, plagada de nogales, moras, ciruelos, nísperos, melocotones y albaricoques, aún podía sentir en su boca los sabores que cada uno de los frutos de aquellos árboles le prodigaban gratuitamente. 

A un costado de la hacienda todavía corría el pequeño río donde tantas veces se había bañado, ya no estaban las señoras que en alguna ocasión iban a lavar la ropa, pero por lo demás todo era exactamente como  lo recordaba.

De pronto una sola evocación le dio un vuelco al corazón. ¿Y el estanque, aún permanecería igual, los sauces llorones que le circundaban estarían ahí esperándole? ¿Los cientos de mariposa, libélulas y escarabajos, seguirían ahí remontando el vuelo? ¿Y las flores aún serían tan bellas y variadas como les recordaba o el tiempo las había hecho emigrar? ¿y las aves… y…? Su paso se fue acelerando cada vez más hasta que ya estaba en una franca carrera, cuando arribó al lugar Alba estaba desfallecida.

Y ahí ante sus ojos estaba todo, como lo había dejado, algunos arbustos tal vez uno poco más grandes pero nada más la limpia y embriagadora placidez del lugar milagrosamente se había conservado, estaba ahí como esperando a que ella regresara. Lágrimas de felicidad asomaron a su rostro sin poder evitarlo hasta que las sonrisas se tornaron en un franca risa sonora y fresca.

Se descalzo la sandalias y subida en la rama de un sauce mojaba sus pies observando el trajín diario de toda la fauna de aquel mágico lugar y así fueron pasando los minutos hasta que estos se transformaron en horas y el crepúsculo apareció y luego dio paso a la esplendente noche, Alba decidió quedarse a ver la llegada de los cocuyos que tanta nostalgia le provocaban.

Y después de unos instantes efectivamente arribó un gran enjambre de cocuyos y todo parecía plácido, casi silente y tranquilo, solo se alcanzaban a escuchar algunos ruidos de aves e insectos en forma muy tenue, pero de a poco empezó a escuchar una serie de sonidos a lo lejos, un murmullo de voces quedas, que poco a poco iba subiendo de tono por su proximidad, los cocuyos no habían llegado solos a éstos les seguía un enjambre de chicuelos.   

Alba se quedó callada, observando a los pequeños visitantes, adivinando sus movimientos, rememorando lo que ella y sus hermanos solían hacer también cuando eran pequeños. Contempló silenciosa la hermosa imagen que estos le ofrecían sin querer, sus rostros con una mezcla de travesura y asombro iluminadas por la tenue luz de los cocuyos, su inútil intento de querer atraparlos para llevarlos a casa y encerrarlos en cualquier closet o armario. Sus risas y juegos en voces apagadas para no espantarles.

Los niños al igual que ella estuvieron toda la noche contemplando los luminosos lances y vuelos de los enigmáticos insectos, hasta que empezó a amanecer y estos fueron desapareciendo poco a poco.

Con el mutis de los cocuyos los niños entonces repararon concientemente en la presencia de Alba e intentaron de inmediato cambiar con ella impresiones, con ello se dieron cuenta de que su interlocutora era toda una experta en cocuyos, todos se sentaron a su alrededor escuchando todo lo que ella podía decirles acerca de ellos y de sus experiencias cuando era niña.

Ya el sol despuntaba y ella se encontraba embebida en su quehacer hasta que un pequeño mozalbete le preguntó -¿y tú no te sabes algún cuento de cocuyos?. La joven meditó por unos segundos y mientras sonreía, la inspiración, las musas y la imaginación regresaban ahí estaba Alba a alba, rodeada de pequeños diciendo:  – Pues mira…, el cuento comienza así….  

Yolanda de la Colina Flores
14 de octubre del 2011

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