Llevo un tesoro entre mis brazos
que refulge con su nítida presencia,
desde hace un lustro inunda mis parajes,
pintando por doquier con tonos de ocre.
Se asoman al ocaso tímidos bermellones,
y alguno que otro viso que aún queda del estío,
con uno que otro verde languideciente
y pálido amarillo de tonos de pastel.
Partiste un triste otoño de ocre y marrones
y un huracán tremendo me atrajo en torbellino,
para posarme luego con tierna gentileza,
sobre mullidos suelos creados por las hojas.
Y me sentí tan sola por un instante al menos,
pero me he dado cuenta que todavía persistes,
prendido aquí en mi alma bajo una hoja ocre,
matizando mi vida con coloridos áureos.
Y ahora me acompañas con una luz perenne,
con sólo el evocarte y traerme tu recuerdo,
tú entras e iluminas con mil rayos de sol,
momentos de mi vida con los tonos del oro.
Yolanda de la Colina Flores
27 de septiembre del 2011
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