Soledad es una chica linda, tanto por dentro como por fuera, por lo tanto sus familiares y amigos no aciertan a explicarse porque se encuentra tan solitaria, cuando es menester ella va a casa de sus allegados pero solo cuando la ocasión lo amerita, principalmente cuando se le solicita para cuidar un enfermo o para realizar tareas que difícilmente alguien puede realizar en estos tiempos.
Dichas labores consisten actividades tales como arreglar detalles de una prenda, elaborar ropa blanca de habitaciones con simples lienzos y retales, volver a poner en circulación antiguas prendas ya descartadas las cuales con un montón de piedrecillas, perlas e incluso pequeñas caracolas y conchas marinas se revisten de nuevo de gala, tapizar algún mueble ya desvencijado, restaurar imágenes dañadas por una caída o por el paso del tiempo, así como piezas de alfarería, elaboración de tarjetas de felicitación, etc.
No es que Soledad no se haya cultivado en cuestiones de aprendizaje ya que posee una licenciatura universitaria, pero la gente no parece recordarla porque talvez les es conveniente recordar lo que sus pequeñas manos realizan, ya que de otra manera en su cuadrada cabeza no cabe la posibilidad de que una persona letrada se dedique también a humildes menesteres.
Una vez que la labor ha sido terminada Soledad regresa a su hogar donde habita sola y frente al televisor donde mira series literarias de antaño o de época noveladas al mismo tiempo que realiza miles de creaciones con sus manos, va realizando varios proyectos a la vez y los toma y abandona según se encuentre de ánimo, pero todos llegan a su conclusión en una fecha no determinada.
Ella no comprende que los días y las noches se llevan poco a poco su juventud, la cual ella no suele apreciar, un amor temprano y el horror de sus padres la llevaron a alejarse por completo de expresiones amorosas, el desengaño amoroso posterior, en un vano intento al llegar a la treintena, la hecho alejarse irremediablemente de dicha posibilidad.
Ha tenido muchos admiradores que la miran al pasar y sueñan con ella, pero ella no les mira, ni repara en su presencia, ella va pensando en la creación de nuevos proyectos e imagina como llevarlos a cabo.
Un buen día una hermosa anciana le pidió le arreglara unos puntos que se habían ido de una antigua mantilla de encaje, ella solícita se aprestó a la tarea con gran placer y después de unas horas regresaba la prenda a su dueña, orgullosa de su labor. La bella señora le tenía en esta ocasión un presente por tan buena acción y pidió a Soledad pasara por el al día siguiente.
La chica casi no podía dormir, pensando cual sería el regalo que recibiría en su cabeza rondaban siempre cosas con las cuales construir, tal vez, pensaba, le regalaría un par de lindas cintas de colores, o una agujas de tejer, o un ganchillo precisamente del número que le hacia falta, y así entretejiendo ideas al fin se quedó dormida.
Al día siguiente se baño con más rapidez que nunca, se vistió con una velocidad inusitada y finalmente se calzó rápidamente sus pequeños zapatitos y saliendo como el viento, sin mirar atrás fue a la casa de la linda dama a recibir su soñado regalo.
La mujer adivinó en los ojos de Sole su ansiedad y expectación con sólo verla llegar, así que tomó su mano y la llevó a su jardín donde al fondo había una singular y rústica fuente al acercarse percibió que dentro de ella había una infinidad de peces dorados danzando entre una delicada maraña de nenúfares, todos parecían llevar un solo ritmo como si escuchasen una música especial y de repente salían del agua realizando las cabriolas más inesperadas y simpáticas.
Sole se quedó largo tiempo disfrutando de aquel peculiar ballet acuático hasta que la anciana la sacó de su ensueño indicándole que debía escoger uno de ellos, la joven so salía de su asombro, pero no tenía ninguna duda, desde hacía un rato tenía a su preferido, un pequeño pez dorado cuyo cuerpo y aleta que le coronaba la cabeza tenía los tonos del fuego y la cola y aletas dorsales parecían estar tamizadas con los cálidos reflejos del sol matinal.
La mujer entregó su regalo a Sole en una regia botella de un antiquísimo cava, elaborada con cristal transparente verdoso similar a los tonos de las esmeraldas y de la esperanza, le ha explicado que a esos peces les agrada transportarse en esos recipientes porque les recuerdan su hogar primero, las riberas de un plácido río que pasa cerca del pueblo donde ambas moran, indicándole que ya después seguro ella encontraría un lugar adecuado donde instalarle para convivir y cuidarle en su hogar.
Sole quedó encantada y se llevó al hermoso pececillo a su casa, ella ya sabía donde seguramente él se sentiría a gusto ya que ella en su pequeño jardín también tenía una fuente aunque por supuesto era mucho más pequeña que la de la amable señora.
La suya era una fuente donde varios cántaros colocados en forma estratégica se iban llenando de agua los cuales al llenarse se volcaban sobre el siguiente hasta que finalmente el agua llegaba al recipiente más bajo de la fuente, el cual semejaba una gran vasija de barro. El pez estaba feliz, o al menos la joven lo sentía así, ya que el animalito brincaba y jugaba dándose un sinfín de chapuzones.
La joven hacía su vida rutinaria y en ello incluía ahora el alimentar y cuidar a su nuevo compañero, le agradaba pasar a su lado grandes ratos leyendo o haciendo alguna labor manual, hasta que un día las cosas cambiaron y Sole comenzó a hablar con su pez, al principio solo le saludaba y le preguntaba como había pasado las horas que no podía pasar a su lado, después le empezó a platicar las cosas que ella por su cuenta había realizado, hasta que finalmente se convirtió en su más profundo confidente.
Ahora Sole le contaba sus anhelos, temores y tristezas, así como sus logros, triunfos y alegrías.
Aunque ella disfrutaba mucho de los plácidos momentos y parecía que su acuático compañero le entendía, debido a que misteriosamente éste dejaba de jugar cuando ella le hablaba y de cuando en cuando asomaba su faz por encima de la fuente, Sole empezó a dejar de pensar en ella y en esos momentos de placer y relax y comprendió que aquel hábitat no era lo mejor para su pez. Aunque éste parecía sentirse bien, ella intuía que seguramente era más feliz con sus antiguos compañeros y ciertamente lo sería más si este pudiera retornar al hermoso río del que había sido sustraído.
Así que Sole con gran dolor de su corazón volvió a poner al pez en la botella de cava que ahora adornaba su cristalera y se dirigió con paso mesurado hacia la ribera del río, sintió que la ocasión requería de algo especial y por el camino recogió un sinfín de florcillas silvestres con las cuales elaboró una pequeña tiara, para vestir con ella su cabeza.
Al llegar se descalzó y empezó a adentrase en el río con la botella en su regazo, sus blancos ropajes se iban empapando de las cálidas aguas del río, cuando encontró un lugar donde había un grupo de nenúfares sumergió la botella en el río y el pececillo salió de inmediato de ella.
El pequeño pez daba ahora los saltos y maromas más espectaculares que la chica hubiera visto, jugueteaba entre sus manos y la espuma que estas hacían al jugar con él, en su mirada y rostro se apreciaba una mixtura de tristeza y felicidad, sabía que perdería a su amigo, pero también que él sería mucho más feliz ahí.
Finalmente ella también se sumergió en el agua y bajo ella jugueteó más con el pececillo, también ella hacía giros y saltos cual sirena acompañando en sus lances a su pequeño amigo, en una de esas inmersiones ella cerró los ojos, pues la sonrisa que iluminaba su rostro le impedía abrirlos, cuando por fin pudo hacerlo, se percató de que su amigo no estaba más por ahí cerca; buscó y rebuscó por entre piedras y guijarros y por entre los nenúfares pero nada.
Después de un largo rato desistió de ello y con clara resignación se dispuso a abandonar el nuevo hábitat de su amigo, finalmente se sentía feliz de haberlo dejado en un lugar donde el estaría por siempre encantado de vivir.
Iba hacia la orilla cuando de repente una cálida mano tomó la suya y al voltear vio un joven cuyas vestimentas tenían los tonos del fuego tamizadas con los cálidos reflejos del sol matinal. Sí, era un rey que antes se había convertido en pez, con el fin de encontrar alguien que en realidad le amara tanto que le permitiera ser libre a costa incluso de su propia felicidad, le explicaba a la joven todo y le recordaba que su verdadero nombre no era Soledad sino Sol.
Seguramente la gente se lo había cambiado, porque ellos no comprendían que por su forma de ser ella no merecía tal adjetivo, y tal vez porque aún no han entendido realmente el significado de esa palabra, ya que se puede estar rodeado de mucha gente y encontrase en la más completa soledad.
Sol que ahora es una reina y su muy amado rey viven en un palacio forjado de amor incondicional y férrea renunciación, adornado con las joyas de la esperanza y la confianza, donde por supuesto hay un hermoso y plácido río, en el que todos los días juegan a dar saltos y cabriolas como desde aquel día en que se conocieron.
Yolanda de la Colina Flores
13 de octubre del 2011
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