domingo, 28 de abril de 2013

ATTENTE D'AVRIL Capítulo 2 (Cuento de Primavera)




Capítulo 2
La instauración del falso invierno

Rosalinde se sentía desolada, no solamente todo a su alrededor estaba cubierto de nieve, si no que además durante su largo caminar no se había topado con nadie conocido, todo el jardín se encontraba aún en estado de hibernación y mientras el tiempo no cambiara, parecía que todo permanecería así.

Pasaron las horas y ella se encontraba agotada, en sus largas correrías por la campiña jamás había caminado tanto de una sola vez, o tal vez sería que lo imaginaba y lo que actualmente acontecía era que los caminos en esa soledad le parecían más largos y difíciles de recorrer. El sol empezaba a declinar, en su afán de encontrar algo que le explicara la situación o al menos encontrara una cara conocida no había ingerido bocado y empezó a sentir que su cuerpo necesitaba agua desesperadamente y emprendió el camino de regreso a casa, lo más velozmente posible que sus fuerzas le permitieron.

A medida que oscurecía y su radar biológico se acostumbraba a los nuevos parajes, ubicándose en la mejor situación para encontrar su hogar, pequeños copos de nieve empezaban a caer y según avanzaba en su trayecto, éstos también crecían en tamaño y copiosidad, así que apresuró el paso lo más que pudo. Le costó entrar en su casa, la entrada ya no tenía escarcha, una mullida alfombra de nieve ahora la empezaba a cubrir.

¡Tenía que hacer algo! Si la vencía el cansancio y se adentraba ahora en su casa para descansar, muy pronto la entrada a ésta estaría totalmente cubierta de nieve y ella quedaría ahí atrapada.

Rápidamente fue a un costado del garaje donde tenía los aperos para cuidar el jardín y tomando su mejor pala fue quitando la nieve  y después subió al balcón y tendió en diagonal hasta el suelo una especie de carpa con tela apara hacer paracaídas, la cual le había sobrado la primavera pasada, cuando a ellas y a todas sus compañeras se les había ocurrido la grandiosa idea de lanzarse desde el risco más alto de la colina en graciosos y coloridos paracaídas. ¡Fue algo maravilloso y divertido!, ese día hubo por aquellos lares una hermosa lluvia de flores adornada con los colores festivos de los paracaídas, una ocasión que de seguro ninguno de los habitantes de ese lugar olvidaría.

Rosalinde despidió por un momento sus recuerdos y terminó de elaborar su carpa, sobre la cual ahora caerían y resbalarían los copos de nieve y con ello dejaba así libre la puerta de entrada, se aprestó a adentrarse en su cálido hogar, al hacerlo pensó que era una gran bendición que su prima Edelweiss le hubiese regalado aquel hermoso gorrito que contenía ahora sus pétalos, porque durante las últimas horas éstos tendían a cerrarse.

Tomó una pequeña jarrita de agua, con facilidad encendió la chimenea y cambió sus ropajes, nuevamente se vistió con su indumentaria de noche invernal y quitándose el frío del alma y el cuerpo, se arrellanó en su lecho, entrando en un pausado y suave sueño. Cuando llegó a la fase rem en lo más profundo de su sueño le pareció escuchar una risa, que más que sonora era estridente y esta empezaba a colarse por todos los espacios del jardín. Veía vientos conocidos que contra su voluntad, se agolpaban contra lo que se atravesase en su camino, como si estuviesen iracundos o enfadados.

Lentamente entre ventiscas y horrorosos resoplidos elaborados de cristales multiformes de copos de nieve, le pareció percibir una figura, la cual iba adquiriendo poco a poco la forma de un joven atlético y poderoso de gran estatura de blanca y gélida piel, cubierto con una especie de túnica griega, en su mano derecha portaba un poderoso y plateado cayado, sus largos cabellos estaban compuestos por miles de estalactitas y cada paso que daba todo se iba transformando en masas multiformes de nieve. De pronto la risa se hacía más franca y estridente y Rosalinde pudo apreciar su perfecta y blanca dentadura de hielo.

La risa crecía y crecía y Rosalinde sin remedio despertó, se incorporó sobre el lecho, pero un momento… aunque estaba despierta, la risa estaba ahí audible pero no tan sonora, ahora se escuchaba más tenuemente, las sonoras voces de los vientos, sin querer, la camuflaban, ¿parecía algo fortuito o realmente estaba agazapada en ellos? Pero Rosalinde la escuchaba, ahí en un decibel casi imperceptible. De sus ojos y su pequeño corazón salieron lágrimas de desolación y tristeza, de acuerdo a lo que contaban antiguas leyendas, esa risa no significaba otra cosa que la eterna instauración del invierno.

Yolanda de la Colina Flores
Primavera del 2013 


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