lunes, 5 de septiembre de 2011

TRANSMUTACIÓN



Tratar de copiar o emular a Kafka no tiene ningún mérito singular, primero porque no es algo que sólo se me haya antojado a mi,  y por tanto no es una idea original, sino que tal osadía es prácticamente imposible. 

Sin embargo este relato bien podría llamarse metamorfosis, si no fuera porque el título también lo ha reservado, a título personal muy merecido a nivel universal el mismo autor, por lo  cual ignorar ese hecho, casi podría convertir cualquier ensayo por más diversa que sea su estructura en un mal plagio. 

Por ello no me ha quedado más remedio que tener que usar un sinónimo, para referenciar un capítulo de mi historia, en dónde en forma verídica sentí sufrir una transmutación.

No voy a entrar en pormenores, baste saber que por designios del destino mi cuerpo había sido sometido a varias operaciones quirúrgicas y esta representaba la quinta ocasión, esta no podría ser más elaborada ya que mediante un bypass entre las vías biliares y el yuyeno, los galenos crearon un puente para una mejor salida a mi desenfrenada cantera personal, cuya producción sin medida de pedruscos había llegado a congestionar mis vía hepáticas.

No recuerdo como fue la intervención, pero mi cerebro debió registrar algo fuera de lo común, (posteriormente me enteré que la intervención había tenido una duración de siete horas y que había pasado cuatro horas más en sala de recuperación) porque sin causa aparente desperté de la anestesia con un genio de los mil perros.

 Por lo  anterior, las pequeñas enfermeras no se atrevían a revisar mis vendajes que bajo una serie de apósitos y esparadrapos resguardaba un enorme tajo que atravesaba mi torso en forma horizontal,  así que debido al temor que estas benditas tenían a recibir un gruñido o mutilación por mordedura de alguna falange, no cambiaron los vendajes por varios días; hasta que una valiente atrevida vislumbró una mancha de sangre ya seca en la superficie de los mismos. 

Fue así que empezaron a cambiarlos dos veces al día, el mal carácter había amainado y podían acercarse con bastante seguridad, pero el mal ya estaba hecho y la infección de dos puntos de sutura desencadenaría una sucesión  de eventos desafortunados, como un interminable efecto dominó, yo bajo un alud de tubos, sondas nasogástricas, recipientes y venoclísis enganchadas al cuerpo,  los vería desencadenarse sin poder detener su desenfrenada carrera.

Un variable que no puedo adjudicar a esa cadena de eventos es el hecho de que debido a una mala administración de los fondos administrados a la sanidad, esta se ha visto afectada por recortes aparente o razonablemente arbitrarios en todos los ámbitos de este renglón, por ende me enfrenté sin querer a la irremediable falta de personal, en todos los sectores hospitalarios así como medicamentos, camas de hospital, e inclusive pisos enteros totalmente clausurados.

Si las cosas no hubieran sucedido así, probablemente me habrían hecho permanecer ahí hasta que estuviera totalmente restablecida, pero el destino no se puede cambiar y ante la tremenda lista de espera de diversas personas para poder acceder a una operación quirúrgica y sus respectivas camas para la convalecencia estrictamente necesaria

Regresé a mi hogar, con la premisa de asistir al ambulatorio médico cercano a mi domicilio para que se efectuaran las curas, que yo no podía realizar por mí misma o con la valiosa ayuda de un familiar, las curas simples de dos veces por día si las realizaban entre mi amado esposo y mi querida cuñada.

A la semana de haber abandonado el hospital, me presenté a la primera cita de cura, los nomios no iban nada bien porque en la salita de espera me había parecido percibir unos gritos desgarradores, pero cerré mis sentidos a ello y continué leyendo el diario mientras esperaba mi turno, que fue inmediatamente después de la chica que gritaba como alma en pena, la cual salió cojeando, al parecer le habían efectuado una curación en el dedo gordo de un pié, con solo verla un escalofrío recorrió mi espalda, pero aún así me enfrenté a mi destino, acostumbrada a las diarias curas pacientes y amorosas de quienes me amaban, y acompañada de mi fiel amiga y cuñada, no tenía nada que temer.

La cosa no empezó nada bien ya que la adusta enfermera empezó por criticar la forma de realizar las curas en casa, que si habíamos usado demasiadas gasas, que si no debían ponerme tanta cinta adhesiva porque la piel se me arruinaría (después de lo que ella me hizo no sé aún como se atrevió a decir esto) que si era mejor usar gasas grandes que pequeñas, bla, bla, bla, bla,,,,,

Finalmente ella destapó completamente la herida y tomo una enorme jeringa la cual llenó de suero fisiológico, pero para nuestra consternación ella la  introdujo completamente dentro de la herida, me ahorro la descripción del dolor que esto producía.

Ahí con la jeringa dentro de mí,  ella empezó a vaciar suero y más suero hasta que el otro extremo de la herida que estaba empezando a cicatrizar se empezó a abrir y por ella empezó a salir el suero, cuando se percató retiró la jeringa y con unas grandiosas pinzas tomo una gasa y ambas fuero de nuevo a la parte interior de la herida con el fin de secarla, aquí no pude resistir más y un agónico quejido salió de mi interior y sin remedio algunas lágrimas surcaron mi rostro.

Al darse cuenta ella dijo: Si, si, a eso has venido aqui, ¿que esperabas?, mimos? Yo por supuesto no le respondí por educación. Cubrió la herida, de forma que entendiéramos que esa era la correcta forma de hacerlo y me dio cita para dos días más adelante, cuando mi cuñada que si podía hablar preguntó que cuanto tiempo tardaría en cerrar esa herida, la experta dijo que ella consideraba que por lo menos tres meses más, la verdad no sé como pude caminar para salir de ahí, las piernas me temblaban.

Durante el día yo me iba sintiendo cada vez más mal, y ambas teníamos curiosidad por ver la herida y nos resistíamos a esperar a que mi amado llegase de su trabajo, ya que por la noche el se aplicaba a la tarea de curarme, un calor extraño me recorría el  cuerpo y mi cuñada decía que mi aspecto no era muy halagador, así que presas de la desesperación nos aventuramos a destapar la herida.

Nuestra sorpresa fue mayúscula cuando bajo la faja descubrimos una mancha enorme de sangre, fuimos quitando uno a uno, gasas apósitos y esparadrapos anegados en sangre y al destaparla completamente hilos de sangre corrían a través de las dos partes abiertas de la misma, la provocada por los dos puntos infectados y la recientemente inaugurada por la bendita curandera.

Todavía no salíamos de nuestro estupor cuando mi amado por fin arribó a nuestro hogar, su cara como un espejo, nos reveló la gravedad de la situación, me tocó la frente y acomodándome todo de nuevo, me tomó en brazos y me llevó a la sala de urgencias de la Cruz Roja, me atendieron con la diligencia que de un lugar dedicado a atender emergencias se puede esperar. 

La doctora en turno de inmediato  solicitó analíticas y con ello se demostró lo que ella ya intuía, la fiebre que yo presentaba se debía a que había una infección en la herida, me curaron de la misma forma que mis familiares lo hacían y para asegurarse de que no hubiera nada más de que preocuparse,  debido a que la cirugía a la que había sido sometida no era nada sencilla, solicito un cultivo, un Tac, una resonancia y algunas radiografías.

Aquí es donde después de descansar un poco bajo los efectos de un lonotil intravenoso y una buena dosis de antibióticos, sufrí la mas rara transmutación de la que haya tenido recuerdo, cierto que en mi vida había sufrido varias de ellas (cuando de niña a mujer creí seriamente que me había transformado de larva a mariposa, cuando sentí que mi amado me había convertido en la verdadera princesa de un cuento, restaurando mis alas rasgadas, las veces que mis padres y hermanos  me hicieron sentir, hada, reina, princesa, sirena, pirata, mosquetera o bandolera compartiendo conmigo mis juegos, por solo citar algunas) pero ninguna de éstas me hicieron sentir que difícilmente  podría volver a mi estado anterior, ni un grado de impotencia tan infinito.

Un enfermero me sacó de mis ensueños provocados por los calmantes y me pidió abordar una silla de ruedas en la cual fui trasportada a la sala de rayos X, una mujer con una bata de doctora color rosa me recibió,  su acento claramente eslavo me hizo de inmediato mirar su gafete, su nombre era Svetlana Petrova,  ella me informó que en breve sería atendida, nunca entenderé si la gente que hace espera a otra entiende realmente el significado de la palabra breve, aunque ella tenía a su favor el que su lengua madre no fuera el castellano.

Finalmente, fui pasada a la sala donde por todos es consabido que a uno lo montan en una plancha  metálica y después de solicitarle un sinfín de posiciones inimaginables y de múltiples contenciones de respiración la visita se da por terminada, así sucedió conmigo, solo que por más que lo intentaba no conseguía incorporarme de la plancha, una voz hosca y dura me inquirió con ese acento que denotaba su procedencia -¿Qué esperas? ¡A levantarte! ¿Acaso crees que tengo todo el día para ti? ¡Dios mío que lentitud e ineptitud! ¡Si pareces una tortuga!-.

Y ahí estaban las palabras mágicas, de repente empecé a sentir como mi cuerpo se iba transformando poco a poco, mi piel tomaba repentinamente una variedad inimaginable de colores verdes, en mi espalda sentía un pesado caparazón que me impedía ponerme en pié, intenté miles de posiciones, mis piernas y brazos solo conseguían moverse sin ton ni son adoptando las formas mas grotescas que haya visto, así poco a poco entendí que efectivamente era una tortuga echada boca arriba, una gran caguama de carey  anquilosada  de la rivera maya, o una vetusta, lenta y pesada galápago.

No sé cuanto tiempo  pasé así, pero para mi fueron como horas interminables, no me afectaba tanto el haberme convertido en un gran quelonio, lo que me acongojaba por completo era el darme cuenta que no podía controlar mi cuerpo, este no me respondía, sentía que sobre mi de golpe y porrazo habían caído cientos de años, entendía que quería decir Dumas al escribir veinte años después.

Y finalmente me sentí en los cuerpos de todas esas personas ancianas o enfermas por las que pasamos a su lado con prisas en las cuales nos parece lento su andar, una impotencia infinita, era increíble sentirse un grandioso animal y al mismo tiempo más pequeña que una mota de polvo, poco a poco las lágrimas asomaron por entre las pestañas de mis ojos cerrados, volteé como pude a buscar a quien me ordenaba levantarme y entre lágrimas sólo acerté a decirle, -Perdón pero tengo una herida de veinte centímetros en mi torso que no me permite levantarme- .

Talvez Svetlana se conmovió un poco, o le recordé a esas tortugas que por la noche lloran cuando en la playa van a desovar, no lo sé, solo sé que el tono de su voz cambió y en forma pausada me dijo- recuéstese sobre su costado izquierdo y luego incorpórese- y ¡vualá!, funcionó, la sonrisa volvió a mi rostro y las lágrimas se retrajeron,  salí de ahí dejando atrás mi condición de tortuga, con tal rapidez que mis familiares tuvieron que pedirme me calmara, lo cual hice aunque me tomo un largo rato.

Después de horas de esperar que la fiebre bajara y algunos resultados de laboratorio, me mandaron a casa ya restablecida con la orden férrea de ir a las curaciones en la  Cruz Roja ya que no querían que en el ambulatorio se suscitara de nuevo algún percance, ¡fue la mejor noticia del día!. 

Ya en el calor del hogar me puse a platicar con mi seres queridos la experiencia que había tenido en aquella sala de rayos X y lo que más me sorprendía era la carencia de humanidad de algún personal sanitario, recordaba a la inhumana y torturadora enfermera y a la dura y fría radióloga rusa, traté de justificar sus actitudes por los recortes tan drásticos que hay en la sanidad, pero como están las cosas ahora, pensé que debían estar contentas de al menos tener trabajo.

Pensé justificarlas por mi acento extranjero que tal vez les molestase por tantos malos ejemplos que de abusos en cuestión de sanidad cometen muchos inmigrantes, pero Svetlana, no tenía excusa plausible, ella era tan inmigrante como yo, así que finalmente me quedé sin comprender su extraña actitud, como tampoco comprendí como un día logré transmutarme en tortuga y luego volver sin más a mi estado original.

Todos me tratan de confortar diciendo que la experiencia no fue más que pura imaginación, un estado de ánimo, una manera de sentirse, sin embargo yo no dejo de observar  cada vez que me miro a un espejo, esa tonalidad verdosa que mi piel ha adquirido.


Yolanda de la Colina Flores
3 de septiembre del 2011

   

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