domingo, 29 de agosto de 2010

POR LA RENDIJA DE LA PUERTA



Ella sabe que ese ruido lo ha escuchado también la madrugada anterior y ahí está de nuevo, solo que no acierta a definir que lo provoca, le taladra los tímpanos y parece ir al ritmo de los latidos de su corazón.

El terror que le produce no le permite moverse la tiene totalmente petrificada, poco a poco va percibiendo las sombras de su entorno, la oscuridad se vuelve familiar a su retina y ahora distingue las grisáceas formas de su habitación.

El sonido está cerca ¿de dónde procede exactamente? Sus pulsaciones cambian la cadencia de pronto y se apresuran como si una mano invisible hubiera movido una palanca cambiado la velocidad a una revolución superior ¿el crujido también se acelera o es solo su imaginación? Ahora sus sístoles y diástoles se confunden con él, que emerge de alguna pared o tal vez el suelo, quizás proceda del techo, no, no es posible concentrarse el miedo ha bloqueado sus habilidades de concentración.

Pasa horas sin poder calmar el pavor que produce el soportar los sonoros movimientos que proceden de algún lugar recóndito de su habitación ¿o de su mente? No puede tolerarlo y sin embargo no se mueve ni un ápice, se ha convertido de pronto en un maniquí abandonado en la penumbra.

La tortura se convierte en rutina y todos los días antes de despuntar el alba ella abre los ojos para iniciar el ritual macabro en el que sincopadamente bailan un vals sus pulsaciones y el murmullo que ahora sabe proceden de su armario.

Antes que apunte el amanecer algo nuevo ocurre y la costumbre por primera vez se rompe; puede crispar una de sus manos, poco a poco va teniendo control de ello y ahora consigue palpar la suavidad de la sábana, en un impulso sobrehumano la retira de su cuerpo y paulatinamente levanta el torso de su cama, se encuentra sentada y un sudor frío le recorre la espalda, lentamente va girando su cuerpo a fin de incorporarse del lecho, con un pié tantea buscando pausadamente sus zapatillas, despaciosamente logra calzarlas correctamente sin quitar la vista ni por un momento de las puertas corredizas del guardarropa empotrado.

Ha logrado ponerse por fin en pie y tarda minutos que parecen siglos en acercarse a la tan temida entrada. Con pausada lentitud desliza una de las puertas, pero no ve nada. En la penumbra y restregándose los párpados avanza al reconocer entre las sombras las cajas que contienen su tan preciada colección de zapatos, el singular chasquido parece proceder del muro ubicado en la parte posterior a éstas.

En cámara lenta va retirándolas, una a una hasta que por fin divisa a la bestia, sus ojos parecen desorbitarse, sus manos temblorosas sueltan sin remedio la caja que contenían, el monstruo ha escapado, internándose en un lugar más profundo del armario; sin remedio deja la habitación a la velocidad más rápida que sus piernas blandengues le permiten y va vociferando un grito callado y mudo que se ha quedado atrapado en la garganta.

Al fin tosiendo copiosamente logra sentarse en el sofá de su pequeña sala, una vez más o menos recuperada se recuesta sobre él y queda finalmente hecha un ovillo atrapada por el sueño al cual se ha rendido.

Lleva ya tres días sin entrar en su querido aposento, ahora para ella es territorio prohibido, pensar en lo que su guardarropa contiene le ha hecho incluso prescindir de algunas de sus cosas más preciadas, no entra ahora en sus reflexiones; en este momento se conforma con las prendas “menores” que contienen los otros armarios, donde guarda un número inimaginable de ropajes, ha llegado incluso a privarse de sus amados efectos personales guardados en el baño privado de su recámara y se asea con los que ha puesto en el servicio que corresponde a las visitas, aunque éstos sean impersonales sin atributos especiales; come lo que le sale al paso del frigorífico con movimientos autónomos. Ella sólo tiene en su mente como deshacerse del ente, como exiliarlo de su territorio, como acabar con él, pero antes y prioritariamente le preocupa vencer el miedo y la fobia que el repugnante ser le produce.

Los días se van sucediendo y no ha logrado encontrar la forma o estratagema adecuada para lograr sus propósitos, hilvanando ideas llega a la siguiente conclusión: el bicho no tiene comida ni agua, así que en algún momento deberá salir de su escondrijo.

En su mente visualiza los preparativos a realizar y casi de inmediato los lleva a cabo. Como de día el ser no produce ningún sonido audible, probablemente duerma y durante la noche se apresta a realizar sus labores de supervivencia o sobrevivencia, así que suavemente abre la puerta de su alcoba, desliza lentamente su mano hasta encontrar el interruptor, enciende la luz y deja la puerta entreabierta; aunque aún es de día ella se prepara para el encuentro.

Después de comer, se coloca frente a la delgada abertura que da paso a su recámara, su mejor silla, la más cómoda, la más resistente; sabe que la batalla será ardua y tal vez terrible, sostiene su arma con una mano, se sienta cómodamente y se dispone a esperar a que caiga la noche.

El sueño la vence, despierta empapada en sudor, ha perdido sus pertrechos de guerra, todo es tinieblas, sólo percibe la vívida luz que escapa del espacio provocado por el pequeño resquicio, busca a tientas su arma, sin quitar la vista de esa luz, para que en cuanto el monstruo aparezca acometer contra él con un duro golpe; al fin la recupera, nuevamente se sienta con renovados ánimos para enfrentarse a su enemigo. El tiempo transcurre sin que se sienta su paso, cuando está a punto de caer en un ligero sopor la alimaña asoma sus fauces por la rendija de la puerta, sus ojos vivaces la observan, la analiza, la visualiza perfectamente aunque ella esté en la oscuridad, no le teme, ha convivido con ella un tiempo corto, pero el suficiente para paladear las delicias de su cálido y dulce hogar, no cederá no abandonará su nuevo nido, pero debe alimentarse para a su vez alimentar a sus crías que ha ocultado en un pequeño boquete que ha conseguido realizar en el muro del armario empotrado en la pared.

Víctima y ocupa se encuentran frente a frente, ambas listas para la contienda, ella parece no tener más temores, el animal tampoco, las dos están en suspenso, esperando cada una que la otra ataque. De repente, la bestia se apoya en sus patas traseras y toma impulso…

Ella se aferra a su blasón lista para asestar el primer golpe, pero cuando la bestia atraviesa justamente por la rendija, ella se agacha y permite que con un brinco la sobrepase. La cola del asqueroso ser le ha pasado rozando la coronilla de su cabeza, cubierta de transpiración y superando con una fuerza que no sabe de donde procede blande su arma e intenta darle por la espalda, pero es tarde su presa ha huido alejándose calle abajo.

Rápidamente cierra todos los pestillos, cerraduras y entradas posibles, guarda su arma en el lugar que le corresponde, enciende las luces, después de una ligera selección pone una de sus preferidas piezas musicales y cantando se dirige a la cocina; prepara y saborea una cena suculenta, toma un delicioso baño, dispone nuevos ropajes de cama y las perfuma, con una copa del mejor cava se arrellana en su mullido colchón y fuma con delicada fruición un delgado cigarrillo; éste se consume y ella lo apaga en un pequeño y femenino cenicero posado sobre su mesita de noche, finalmente cae en brazos de Morfeo plácidamente.

Las horas pasan y cuando el crepúsculo está por llegar, ahí esta… de nuevo el ruido… mas tenue quizás, pero no se equivoca nuevamente el rac, rac, constante trepana su cerebro y oídos.

No puede ser… pero si la fiera a huido. ¿Será su imaginación?, No. Vertiginosamente prende la lámpara de la mesita y dando un salto se incorpora de la cama, desliza la puerta con rapidez y ahí ante sus ojos se le presenta el espectáculo más terrible la bestia le ha dejado cinco vástagos, estos que han salido de su subterfugio comen ahora sin parar un amasijo imposible de definir.

Con paso firme y veloz vuelve a tomar sus pertrechos de guerra y con alguna frugal dotación alimenticia que le permita nuevamente hacer guardia, toma asiento cual acostumbrado centinela.

La puerta de nuevo se encuentra entrecerrada y se percibe la misma luz. Ahí está ella acechando a sus presas; esta vez no escaparán, esta vez cuando intenten sortearla, no agachará su cerviz y les dejará escapar, no, no tienen salvación posible, nunca más habrá esos seres en su hogar, no en vano tiene el mejor objeto para acabar con ellas, el cual acaricia mientras llega el tiempo de acertar con esa arma el primer y mortal golpe.

Pero ella no recuerda que afuera está la madre de todos estos nuevos enemigos y que mañana ésta regresará una vez más a torturar su existencia. ¿Podrá ella con todo su arsenal combatirlos o ya están tan dentro de ella que aún no se ha percatado? Ella ahora sueña despierta y muy en el fondo piensa que tal vez no importa tanto que nuestras fobias nos sitien sino estar siempre en pie de guerra contra ellos.

Yolanda de la Colina Flores
6 de septiembre del 2009




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