sábado, 30 de octubre de 2010

LAVANDO PECADOS


Sin se pregunta sentadita en un columpio de lianas y enredaderas, de flores oaxaqueñas, si hay alguna manera de hacer desaparecer las faltas que realizamos, las maldades que hemos hecho, en fin hablando correctamente, los pecados que cometemos.

Sin no quiere el consabido perdón del párroco, no le parece justa la penitencia, el afectado no se entera y no recibe nada a cambio, no cuadra con su sentido de justicia.

Para empezar alguien cometió un pecado con su nombre, y no venial, un pecado mortal mayúsculo, ¿a quién se le ocurre ponerle a una niña pequeña, Sin?

La verdad todo se ha debido a una triste equivocación, su madre casi muere al darle a luz y en su agonía, ante el temor de que la recién nacida también pereciera, sus familiares se aprestaron a bautizarla de improviso, con rapidez. La madre en su lánguido estado, ante la pregunta del nombre de la pequeña, sólo alcanzó a balbucear antes de desmayarse “Sin” y todos con los ojos y oídos atónitos se apresaron a cumplir la supuesta última voluntad casi inaudible de la moribunda progenitora.

Pero no se murió, y ya restablecida entre palabras casi inteligibles, que salían de una boca que más parecía mueca, con seño fruncido mascullaba limitándose a señalar que lo que ella quería decirles era que la niña aún estaba sin nombre, que aún no había pensado en ello, ya que el nacimiento de la pequeña la tomó desprevenida a tan sólo siete de meses de gestación.

Sin soportó con inusitada tranquilidad la sorpresa del mundo entero que la circundaba, el cual afortunadamente no era muy grande, al enterarse de su nombre. A ella, hasta que no tuvo conciencia del significado de su nombre, le parecía original, nadie más en su pueblo se llamaba así, era cómodo para pronunciarlo y fácil de escribir.

Cuando tuvo la edad suficiente para percatarse de dicho significado, ella que siempre le buscaba el lado bueno a los hechos, se alegró de ser pequeñita, así no la mirarían con resabio los demás habitantes del pueblo, que era todo su mundo, también muy pequeño.

Ahora ella estaba segura que quien fue el responsable de que le adjudicaran ese nombre, no había recibido el castigo merecido, no había pagado aún su pecado y como ese debía haber muchos más pecados que no habían recibido la penitencia acorde con la acción, ella también estaba cierta que tales personajes se irían derechito al infierno.

Sin no estaba dispuesta, por supuesto, a arder eternamente por los siglos de los siglos, no creía que un Ave María y un Padre Nuestro, la libraran de haber robado a la abuela dos galletitas deliciosas de coco, alguien se había quedado sin probarlas y no había sido adecuadamente compensada debido a su sustracción.

Sin se mece y busca en su intrincado cerebro la manera correcta de pagar sus pecados. No, la idea no llega. Meditando está en otro mundo, cuando escucha que su madre le llama, la ropa está lista para ser tendida al sol y necesita su ayuda.

Sin agarra de la cesta los blancos lienzos y los va colocando con pinzas sobre los lazos. Cuando ha terminado su labor se sienta sobre el césped del jardín o observar su obra y se queda como petrificada mirando fijamente las maravillosas prendas blancas recién lavadas.¿Se podrían lavar los pecados? Sería posible borrarlos para siempre de su alma y corazón?

Después de un largo rato se levanta y va al antiguo baúl donde su madre guarda sábanas, que aunque usadas están inmaculadas, pero están guardadas para utilizarse en menesteres de limpieza porque ya tienen muchos años.

Sin toma en sus manitas, la más grande, la extiende sobre el piso, se agencia del costurero unas enormes tijeras, para ella, y empieza a cortar el lienzo en pequeños pedacitos, cuando ha concluido su tarea, los guarda en una pequeña maletita con sumo cuidado a su recámara, la coloca junto a su secreter, la abre y con mesura saca un pequeño trozo, toma asiento y una plumilla la cual moja con tinta china y empieza a escribir en él, “Robo de dos galletas de coco de la abuela”, toma el segundo y escribe sobre el blanco trocito otra frase, continua así por largo tiempo, le han quedado algunos en blanco y sonríe complacida. Vuelve a guardar los pañuelitos en aquella maleta malva y la coloca con cuidado sobre su taburete preferido.

Sin sueña esa noche con miles de pañuelos lavados y níveos tendidos al sol. Al levantarse después de sus rutinas cotidianas, va directo al lugar que guarda la confesión por escrito de cada uno de sus pecados y toma el primero.

Llega a la habitación de la abuela y después de darle un sonoro beso, empieza a irse por los cerros de Úbeda, preguntando por el tiempo, lo caras que están las cosas, las noticias alarmantes de los telediarios, en fin. Hasta que ya no resiste más y le confiesa a la anciana su pecado, ella ha sido la que ha tomado las dos galletas de coco que tanto estuvo buscando.

Pero eso no inquieta a la chillilla, ella atosiga a la abuela y le pregunta con insistente interés quién se vio afectado con su terrible acción, la yaya sonriendo le responde: Tú y yo.

La cara de asombro de la chiquilla, no sorprende a la madre de su madre, y ampliando aún más su sonrisa le explica: -Me afectaste a mí porque yo dejé de comer dos galletas y porque me dolió tu acción, pero la más afectada eres tú porque nos has podido descansar con tu remordimiento desde que la cometiste-.

La niña toma ahora un gesto adusto y pide muy seriamente a su abuela la receta de las galletas, después solicita permiso a su madre para elaborarlas y se apresta a la tarea. Cuando termina su labor, reparte concienzudamente las galletitas por igual, quita dos de las que les corresponden a ella y las pone en la cantidad que le corresponde a la abuela.

Sin va por la casa repartiendo contenta sus galletas de coco, que no son tan deliciosas como las de la abuela, pero ella no lo sabe, con el tiempo aprenderá a darles el punto exacto. Por fin llega ante su abuela y le da las galletas, la viejecita se percata de que dentro de su porción hay dos más y lo agradece a su nieta, la nena sonriendo le dice a la abuela: -Perdón “Abue” por mi falta contra ti, de verdad que estoy arrepentida y para que veas que he comprendido lo que ello significa te doy también mi ración que aunque es más pequeña que la tuya te gustará igual-, su nana lo acepta encantada.

Corriendo va a su habitación y se para frente a su espejo de pie y le dice a su reflejo: Perdón por mi falta contra ti, al tiempo que resbala por su mejilla una pequeña lágrima, pero no es de tristeza porque su rostro está iluminado por una amplia sonrisa. Después saca de su bolsillo el pañuelito y se dirige al río donde sobre una piedrita lo lava hasta que no queda sobre él ni rastro de tinta, lo tiende al sol y una vez que se ha secado lo toma y lo posa sobre el río hasta verlo desaparecer.

Al día siguiente toma otro pecado de su maleta y lo guarda hasta la hora de la comida, cuando todos los comensales están prestos a llevarse la primera cucharada a la boca Sin exclama: -¡Alto!, necesito que Ignacio escupa mi sopa-. Todos se quedan atónitos y a alguno que otro se le cae la cuchara o la sopa. Su madre la inquiere: -¿Cómo has dicho Sin?-.

Sin camina hacia su hermano mayor y le pide de nuevo que por favor escupa su sopa, el chico la mira entre asqueado y sorprendido. Sin entonces le explica que el día que raptó a sus muñecas y después tuvo que irlas a rescatar del ciruelo donde estaban atadas, le dio tanta rabia que ella escupió su sopa en venganza. Su madre le dice que con que su hermano la perdone será suficiente, que nos es necesario hacer una cosa tan repugnante.

Sin dice a su hermano que no se moverá de ahí hasta que escupa la sopa, la madre entonces autoriza al pequeño con un gesto de asentimiento, Sin sonríe diciendo a su hermano, perdón por mi falta contra ti y con su plato escupido se sienta de nuevo a la mesa y empieza con mesura a comerlo. Nadie habló una palabra más ese día en la mesa.

Sin frente al espejo, recita su consabido ritual y encamina nuevamente sus pasos al río. Así transcurren los días y Sin va lavando pecado a pecado, hasta que estos se le acaban y la nena parece estar tranquila.

Pero no, alguien no ha pagado su pecado y Sin va a tratar de que esa persona restaure el mal que ha hecho y se dirige a la pequeña parroquia de su pueblo. Al entrar encuentra de inmediato a quien tiene en la mira. Con paciencia espera a que éste concluya sus labores cotidianas y se sienta en una de las bancas del fondo mientras dice una oración.

Por fin termina y la chiquita dirige sus pasos hacia el, él sonríe y cariñosamente le dice: -¿Deseas confesarte Sin?-. ¡Ja!, si ella no tiene pecados, le contesta orgullosa Sin.

El párroco le pregunta entonces que es lo que desea y la niña le responde que está ahí para que él se libere del pecado que ha cometido con ella. El hombre se tiene que agarrar de una banca para no caer y con voz temblorosa le pide que le explique su reclamo más detalladamente.

La pequeña le dice que él cometió un pecado mayúsculo cuando la bautizó con ese nombre, no entiende cómo conociendo su significado no se opuso. El cura esboza una sonrisa que más parece mueca y le dice que todos se equivocaron al no comprender a su madre cuando estaba tan grave y que sólo quisieron cumplir su última voluntad, además le aclara en ese entonces él no sabía inglés, incluso actualmente está haciendo un curso avanzado de conversación. También le informa que lamentablemente no puede hacer nada, que no hay manera de cambiar la boleta de bautismo.

Sin se queda desolada y dando las gracias al clérigo se va arrastrando los pies, a la salida de la parroquia su madre la espera y con cara y gestos compasivos la abraza, después con voz dulce al tiempo que acaricia su rostro le dice: -Mira Sin, yo sé que contigo se cometió un error tremendo cuando te bautizaron, esto se puede corregir legalmente pero representaría un gran costo para nosotros y tú sabes que no nos sobra el dinero, pero si es tan importante para ti ya veríamos que hacer. Pero quiero que comprendas una cosa ¿No te das cuenta que tú misma has cambiado el significado de tu nombre?- La niña niega con la cabeza, la madre continúa:-Cuando tu decidiste lavar todos tus pecados te libraste de ello ¿No es así?- La niña asiente, y su madre dándole un delicado beso en la mejilla le aclara:-Te has quedado sin pecados, así que en tu lengua castellano tu nombre nunca ha sido más apropiado eres una niña sin pecados. Si alguna vez cometes otra falta, que seguro pasará porque así somos los humanos tu nombre se tornará de nuevo al inglés, pero ahora sabes que tu tienes el poder de volver a transformarlo de nuevo-.

Sin se mece nuevamente en su columpio y ahora es una niña aún más feliz porque no solo sabe que en ella está el poder de cambiar el sentido a su nombre, sino que además ha comprendido que todos somos susceptibles de cometer faltas, pero como siempre cada uno encontramos la forma y manera de lavar nuestras culpas y la suya especialmente a ella le parece la más adecuada.

Yolanda de la Colina Flores

29 de octubre del 2010

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