Yo sentí que fallecía,
y quizás si me morí,
yo caía desfallecida
y a un túmulo me fui.
Y con una pala enorme,
me cubrieron de hojarasca,
de tristeza y de suplicio,
de una pérdida nefasta.
Ya más nada respiraba,
me encontraba sepultada
y me fui desvaneciendo
y la vida fui perdiendo.
Y así sumergida estaba,
mortecina y flagelada,
bajo un sepulcro siniestro
de penumbra inusitada.
De pronto entre las sombras,
tus manitas me alumbraban,
con tonos de luz divina,
con rayos iridiscentes.
Y alejaban de mi pecho,
todo llanto y todo el duelo
y la oquedad se llenaba,
de todo tu amor entero.
Y volvía a renacer
y regresaba a la vida
y entendía que para siempre,
Tú estabas conmigo en ella.
Yolanda de la Colina Flores
2 de marzo del 2016
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