viernes, 14 de agosto de 2015

EL COLOR DE LA AMBICIÓN




En una prestigiada universidad, específicamente en el área  de las disciplinas Económica Administrativas, una catedrática de Desarrollo de Habilidades Directivas preguntó a sus discípulos si creían que en el ejercicio de sus carreras era importante ser ambiciosos, todos estuvieron de acuerdo en que era sumamente importante, la preceptora que en sus enseñanzas pretendía siempre imbuir un poco del área de humanidades ya que sentía que la mayoría de las disciplinas si no eran totalmente carentes de este aspecto, por lo menos si lo pasaban de largo, cuestionó a sus educandos sobre la definición de la ambición, la mayoría de ellos proporcionaron citas certeras de lo que los diccionarios definían, otro dieron sus opiniones personalizadas, pero su mentora les transportó aún más lejos y les llevó a polemizar sobre el hecho de si la ambición tenía algún color. Todos estaban entusiasmados y levantaban sus manos para responder, sin embargo la profesora les dijo que no esperaba sus respuestas en aquel preciso momento, que deseaba que lo meditasen y que en la siguiente clase cada quien llegara a una conclusión.



En la cátedra subsecuente todos estaban dispuestos a contestar la consabida pregunta, sabían que diferían entre sí y cada uno deseaba defender a capa y espada su punto de vista. La maestra dio por fin el uso de la palabra a Denisse, por ser la primera en alzar su mano, ella se levantó y con una cara de satisfacción dijo al grupo que para ella el color de la ambición era definitivamente rojo, porque representaba poder y adquirirlo requería el poner una ilimitada pasión en ello, dejar tu propia sangre y sufrimiento en la lucha y muchas veces también provocaba derramamiento de sangre, al tener que eliminar a tus posibles adversarios o contendientes. Pedro negó con la cabeza y entonces le cedieron la palabra, él alegaba que el color de la ambición debía ser dorado porque lo único que se perseguía eran valores materiales y acumulación de riqueza y como en nuestra sociedad se había dado especial valor al oro, ese debía ser su color sin lugar a dudas. Pero Matilda no estaba de acuerdo con sus compañeros y cuando tuvo el poder de la palabra aseguró que el color de la ambición debía ser verde porque la ambición tenía un cariz bueno cuando se refería a ambicionar dignidad, al querer tener una excelencia académica y profesional coronada con magnas cum laude o reconocimientos otorgados por tu desempeño en el campo laboral o humanitario, para ella la ambición iba aunado al color de la esperanza; Ximena no compartía su opinión y cuando le tocó el turno dijo que el color de la ambición era definitivamente de tonos violeta, el color más rimbombante del arcoíris con el que ella equiparaba la fama, llena de tonos vivos y brillantes, sentirte alabada y admirada por todos debía tener sin duda ese color.



Pasado el tiempo, algunos apoyaron un color, otros se sumaban a otra tonalidad, de tal forma que en el grupo se formaron bandos que apoyaban fehacientemente cada uno de los colores elegidos, hasta que al final Manuel el más tímido de la clase, el más “nerd” de todos ellos, y que no se había adherido a ninguno de los partidos, tomó la palabra a petición de su maestra, y entre pequeños carraspeos y veladas tocecillas, musitó con tenue voz que para él, el color de la ambición era azul, infinito como el cielo, por que lo que cada quien ambicionaba era tan singular e irrepetible, que cada quien podía jugar con el y proporcionarle sus propios matices, así como firmamento cambiaba de tonos y posición de las nubes, así era para él el color de la ambición.



Al final todos concluyeron que jamás se pondrían de acuerdo, porque efectivamente lo que cada quien ambicionaba era diferente, pero aseveraron que quien más se había acercado a la verdad era definitivamente Manuel.



Yolanda de la Colina Flores

4 de septiembre del 2014   
     
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